Información básica:
Novela de finales del siglo XIX, escrita por el argentino Eugenio Cambaceres.
¿De qué habla?
Andrés es el protagonista de la novela, un joven que reparte su tiempo entre sus posesiones de terrateniente y su vida de play boy en el Buenos Aires decimonónico. Él refleja las nuevas tendencias filosóficas y estéticas, el tedio burgués, las escenas de escándolos burgueses y del interior de Argentina…
¿Lo mejor?
En comparación con lo que se estaba escribiendo en inglés, francés, alemán o ruso, la literatura decimonónica en español resulta más que cauta cuando no reaccionaria o defensora del catolicismo. Desde luego la novela de Cambaceres no es revolucionaria, pero apunta unas nuevas maneras y corrientes que rompen con la tradición hasta ese momento. Puede contarse entre los iniciadores de la mejor literatura latinoamericana, que décadas después acaparía la atención y la calidad artística de la que la Península parece agotarse.
¿Lo más difícil?
Dependiendo de la variante del español que hablemos, parte del vocabulario puede resultar complicado de entender. Por esto recomiendo vivamente una buena edición anotada. Especialmente difícil de descifrar son las conversaciones entre trabajadores de la hacienda.
¿Me lees un trozo?
Empezamos por una descripción de la hacienda del protagonista y de él, Andres:
Las perdices silbaban su canto triste, melancólico. Los jilgueros y benteveos, cansados, se ganaban a hacer noche en la espesura del monte, los teros, de a dos, bichaban cuidando el nido y, azorados ante el vuelo de un chimango o la proximidad de un hombre cruzando el campo, se alzaban en volidos cortos, se asentaban ahí no más, corrían, se paraban, se agachaban y, aleteando, soltaban su grito autero.
[…]
En el balcón abierto de su cuarto, al naciente, largo a largo tendido sobre un sillón de hamaca, alto, rubio, la frente fugitiva, surcada por un profundo pliegue vertical en medio de las cejas, los ojos azules, dulces, pegajosos, de esos que es imposible mirar sin sufrir la atracción misteriosa y profunda de sus pupilas, la barba redonda y larga, poblada ya de pelo blanco no obstante haber pasado apenas el promedio de la vida, estaba un hombre: Andrés.
Aquí va otro segmento, que cierra un capítulo en el que en su ciudad proponen a Andrés para que dirija una comisión para construir una nueva iglesia y escuela. Esta es su respuesta:
-¿Me van ustedes a permitir señores, que les dé sencillamente un consejo? -dijo Andrés con un gesto de impaciencia disimulado apenas en la corrección y cultura de sus modales.
-Sí señor, hable, hable don Andrés.
-Déjense de perder su tiempo en Iglesias, y en escuelas; es plata tirada a la calle. Dios no es nadie; la ciencia un cáncer para el alma. Saber es sufrir; ignorar, comer, dormir y no pensar, la solución exacta del problema, la única dicha de vivir. En vez de estar pensando en hacer de cada muchacho un hombre, hagan un bestia… no pueden prestar a la humanidad mayor servicio.
Luego, como aligerado del peso de la carga de bilis que acababa de arrojar, impasible sacó el reloj.
-Las cuatro de la tarde y ocho leguas de camino por delante. ¡Señores, queden ustedes con Dios!
Aquí va un texto que recoge bastante bien el pensamiento del protagonista:
Nada en el mundo le halagaba ya, le sonreía, decididamente nada lo vinculaba a la tierra. Ni ambición, ni poder, ni gloria, ni hogar, ni amor, nada le importaba, nada quería, nada poseía, nada sentía.
En su ardor, en su loco afán por apurar los goces terrenales, todos los secretos resortes de su ser se habían gastado como se gasta una máquina que tiene de continuo sus fuegos encendidos.
Desalentado, rendido, postrado andaba al azar, sin rumbo, en la noche negra y helada de su vida…
La última, una pequeña escena erótica:
Medio desnuda ya, Andrés la abrazó del talle y la alzó.
Sin violencia la prima donna se dejó arrastrar hasta la alcoba. Los dos rodaron sobre la cama.
El seguía despojándola del estorbo de sus ropas. Ella ahora le ayudaba. Enardecida, inflamada, febriciente, arrojaba lejos al suelo la bata, la pollera, el corsé, se bajaba las enaguas.
Era un fuego.
¿Donde lo consigo?
Recomiendo que sea lea en edición en papel, anotada, por las dificultades léxicas que ya he comentado. Por ejemplo, la edición de Cátedra de Claude Cymerman. En Internet hay algunas ediciones electrónicas, como la del Proyecto Biblioteca Digital Argentina, donde se puede leer en pantalla (aunque no se puede descargar como libro electrónico, tristemente).