Información básica:
El lugar del hijo es una colección de cuentos de Leopoldo María Panero, publicada en 1979.
¿De qué habla?
Son cuestos fantásticos y de terror sobre la relación entre los padres y los hijos. Cada cuento nos llevará a una región diferente: Italia, Inglaterra, Brasil, Noruega, India o Estados Unidos —cada lugar unido a sus mitologías y criaturas. En unos aparecerá el alcohol, en otros las drogas, en casi todos la locura. Pero el verdadero hilo conductor de todo el libro es el terror, la aparición de lo fantástico y la violencia entre padres e hijos.
¿Lo mejor?
Aunque casi todos los cuentos mantienen una cohesión intensa —es decir, acaban por ser en parte predicibles—, Luis María Panero no deja de sorprendernos con tramas rizadas. En ello colabora la mezcla de distintas tradiciones míticas pinceladas con inteligencia, sutilidad y elementos postmodernos.
Otro aspecto interesante es la intertextualidad o metaliteratura: a los que el libro les haya picado la curiosidad, Panero lanza una buena cantidad de cabos de los que tirar: Huysmans (¡de nuevo!), Poe, Andreiev, Basílides, Fitz-James O’Brien…
¿Lo más difícil?
Es un libro oscuro, descarnado y violento, que resulta aún más desalmado por las relaciones paternofiliales. Quien lo lea debe poder aguantar estos temas.
Otro aspecto que puede dificultar la lectura es la longitud de muchas oraciones y párrafos. Aunque se observan cambios de estilos en los narradores, muchos de ellos tienden a la cadencia larga y lenta.
Por último, algunas narraciones no están realmente terminadas, y se presentan como «proyectos» o «no terminados». Algunos merecen la pena (por ejemplo «Acéfalo»), otros no.
¿Me lees un trozo?
El único objeto visible en aquella zona era una aleta negra y cortante, tan delgada como la hoja de un cortaplumas, que partía en dos las aguas tranquilas con un movimiento lento y uniforme. Ni el más preciso de los instrumentos quirúrgicos se han abierto paso jamás en la carne humana con una serenidad tan silenciosa y cruel. No hubo necesidad del grito «¡El tiburón! ¡El tiburón!» para darnos cuenta de lo que ocurría. En un segundo surgió en nuestro ojo interior la imagen viviente de aquel monstruo invisible y de su profunda garganta provista de una doble hilera de colmillos. En aquel momento, tres zambullidores se encontraban en el fondo de las aguas, mientras que, por encima de ellos, estaba suspendida esa implacable encarnación de la muerte. Mi esposa palideció y me apretó convulsivamente la mano. Instintivamente extendí la otra para coger mi puñal indio, un pequeño puñal que me había regalado mi mujer. Pero, de pronto, un grito de indescriptible angustia lanzado por el ayah resonó en mis oídos. Volví al cabeza con un movimiento tan vivo como el del relámpago y pude verla, con los brazos vacíos, inclinada sobre la borda al tiempo que, en el mar sereno ¡percibía un rostro minúsculo, envuelto en telas blancas, que se hundía más y más!
Otro más:
Algunos cerdos —que eran la primera y principal posesión animal de los vikings de mi ciudad— comenzaron un día a vomitar con gran ruido, produciendo con sus abruptas náuseas un murmullo en cierta medida amenazante, puesto que invitaba a todo el que lo oía a vomitar a su vez; algunas vírgenes —que eran para los hombres de Amlodi algo muy semejante también a un animal doméstico y a una propiedad privada—, las cuales dormían, como era costumbre, solas en alcobas cuya puerta cerraba al anochecer siempre su padre, con la misma llave, padecieron una extraña vergüenza: en el momento en que acababan de acostarse, y habían lanzado ya un suspiro de placer sensual ante el roce de las sábanas frías, notaron de pronto una sensación terriblemente singular, algo así como si un ácido corroyera la plata de sus largas cabelleras, o incluso escogiera la carne semi-muerta que había en su fundamento: de manera que, levantándose de un salto, fueron enseguida a mirarse al espejo, y allí comprobaron con ese espanto que produce la certeza de todo símbolo privado socialmente del estatuto de verdad, que sus pelos hasta entonces primaverales y suaves como agua de vida, se habían vuelto canosos, tremendamente blancos.
¿Donde lo consigo?
Aunque no se encuentra en cualquier librería ni biblioteca, no debería ser imposible encontrarlo en buenas bibliotecas, librerías especializadas o grandes librerías como Fnac o Casa del Libro.
El libro además se encuentra editado en la colección de Cuentos completos de Leopoldo María Panero (cuya cubierta tenéis más arriba). En este volumen se recogen otros libros publicados por el autor como Palabras de un asesino y Cuentos dispersos. De estos libros recomendamos el cuento «La luz inmóvil», y, en menor medida, «La substancia de la muerte». El resto de cuentos de estas obras resultan entre incomprensibles y gratuitamente sádicos.